¡Nada personal!
Qué complejos que podemos llegar a ser en nuestra humanidad. ¿Alguna vez os han regalado una perla como: “Entiéndeme, no es nada personal”? Ya… el asesino a sueldo apuntándote a las sienes y pidiéndote perdón, porque encima le caes bien, pero te tiene que matar. Al fin de cuentas es su trabajo, entiéndele, no es nada personal, es sólo su medio de vida. Pues anda, dale, que sea rápido le imploras, comprendiendo su razón de peso para quitarte la vida… ¡Ah, pero no! No suele ser así… Los sentimientos humanos no son tan razonables y comprensivos cuando se trata de supervivencia. Y si no aplicar el mismo ejemplo a la política en la actualidad, y no voy a entrar en detalles porque creo que el ejemplo ya es bastante explícito, todo lo demás sería mi propio juicio.
Yo que soy curiosa por naturaleza cuando escribí este cuento me planteé hacerlo desde todos los puntos de vista. Sí cada uno tenemos una percepción diferente de la realidad, yo no podía desaprovechar la ocasión de descubrir cuál era la de cada uno de los personajes: por eso lo dividí en cuatro partes y lo titulé “Errores comunes”. Quería dar voz a cada uno de los personajes y sus sentires. Os comparto con orgullo la última parte, que como podréis apreciar es un cuento por si sólo, con un narrador testigo objetivo a la vez que cómplice que es consciente de que aún a sabiendas de todo lo que pasa no depende de él lo que ocurra en la historia principal.
Este final de cuento espero con sencilla ilusión que sea un principio de despertar a la consciencia de que todo lo que tiene que ver con los sentires básicos humanos es y será algo personal y no voy a hablar de cuáles son, porque sé que todos los conocemos.
IV
Conozco a Fabián desde hace diez años. Y en su desperdiciada condición de hetero, es uno de mis mayores amigos, por su honestidad, confío en él como si de mí mismo se tratará. Conocí a Luna hace cuatro años. Es una mujer preciosa y apasionada, que ha sabido conquistar mi amistad más allá del respeto que ya le profesaba como artista. Y desde hace algo más de un año me siento con ambos en el medio de la confusión, casi ridícula, de dos personas que han descubierto un sentimiento que hay que sofocar a cañonazos.
Me consta que a Fabián le gusta Luna. Sólo hay que ver cómo la mira, cómo la come con los ojos. Posiblemente la desee más de lo que ha deseado en toda su vida, por eso resulta chocante que alguien como él, sexualmente activo como demuestra el número de amantes que he tenido el gusto de conocerle, sea incapaz de arrimarse a su mayor fuente de deseo.
Por otro lado, Luna hace un nudo en sus tripas para mantener una relación de pareja con alguien que no es la persona de la que está enamorada. Porque Luna sabe que ama a Fabián. También sabe que ninguno moverá pieza en esta partida. Aunque Fabián sintiera lo mismo por ella como no lo demuestra, íntimamente se siente rechazada, y así me lo comentó el sábado mientras comíamos.
Hoy se volverán a encontrar después de meses. Es mi cumpleaños e invité a los amigos y sus parejas. Luna vino sola. Le pregunté por Paolo, intuyendo su respuesta: “Se acabo, Antonio. No tenía sentido”. Fabián estaba en medio de la sala charlando con Martín y Pablo. Luna miró a la sala, se desprendió de su chaqueta que colgó en el perchero y se dirigió a la cocina a servirse una copa bien cargada de ron con coca cola.
— ¿Estás bien? —le interrogo poniendo a su alcance la bolsa de hielo.
— ¡Muy bien! —afirma sonriente, pero en su mano tiembla el cuchillo al cortar el limón.
— ¡Luna, qué bien que llegaste! —exclama Aurora, corriendo a abrazarla— Todos nos preguntábamos dónde estabas.
— Sí —dice apartando su copa del abrazo, sin disimular una mirada incrédula hacía Fabián—, todos.
— ¡Chicos, por fin llegó! —gesticula Aurora con los brazos dirigiéndose a la sala.
Y veo a Luna alejarse por el pasillo, arrastrada por Aurora hacia el inevitable encuentro, mientras respondo al telefonillo y dejo abierta la puerta de la calle a Luis que había ido a por más cervezas. Luna está saludando a todos los de la sala, deteniéndose en cada uno lo posible, entre su infancia y su momento actual, me imagino viendo su imperceptible avance. Tardará en llegar al centro de la sala, me doy cuenta viendo a Fabián que no le ha quitado la vista de encima a Luna desde que entrara, se sabe a buen recaudo allí entre Martín y Pablo que están de espaldas a Luna, igual que ella lo está de él. Pero mi salón no es tan grande como su desencuentro y finalmente llega el momento del dilatado saludo.
— ¡Cuánto tiempo! —le dice Fabián con naturalidad— Me alegro de verte.
Yo estoy pasando a su lado, justo en ese momento, pues me dirijo a cambiar el cd y rozó la mano de Luna que sigue temblando, mientras besa en ambas mejillas a Fabián, yo diría que sin mirarle, y excusándose con un luego te veo, se dirige a la terraza del salón llamando a Carlos, al cual yo sé que ella no puede soportar, y todavía le aguanta menos Fabián que la deja ir asombrado. Y no me extraña, a mí no me había quedado más remedio que invitarlo, pienso cambiando la música, pues es mi superior y no quiero tener problemas en el trabajo. Cuando me vuelvo, Fabián sigue allí plantado y con un gesto de cabeza me indica señalando a Luna que qué le pasa. Y yo que sé, le respondo al absurdo de que no hay mayor ciego que él que no quiere ver, y si Fabián no ve que Luna está dolida, allá líos.
La fiesta sigue, y las potentes risas que vienen de la terraza del salón, hacen que me asome a ver qué pasa. Luna está contando una anécdota que le había ocurrido en su última representación y su audiencia se muere de la risa. Yo en cuanto pillo el hilo de la historia también. Qué graciosa es, le digo al de al lado. Es Fabián, que acaba de entrar a la terraza.
— Sí, es fantástica —me asegura sin separse de la puerta del salón.
— Deberías decírselo a ella —le indico a Fabián, viendo a Luna que nos mira, secarse las lagrimas con aquella mano que noto temblar desde allí— o lo seguirá siendo. Habla con ella, joder —y le doy una palmada en el hombro.
Mostrándome el vaso vacío, Luna me indica que va a servirse otra copa, ¿Te traigo algo?, me pregunta pasando entre ambos de espaldas a Fabián. ¡Gracias preciosa!, y le garantizo que estoy servido mostrándole mi copa.
— ¿A qué tienes miedo? —le abordo a Fabián, que ha hecho el intento de ir tras ella, sin moverse del sitio.
— Ya sabes cómo es —se justifica—. Es Luna.
— Pues debemos conocer a dos Lunas distintas —le instigo, mostrándole mi salón que Luna ha convertido en pista de baile— La que yo conozco es esa —y la señalo con la barbilla— encantadora y preciosa mujer, con la que cualquiera de estos tipos, salvo mi Luis —me apunto— babean viéndola bailar porque está para comérsela...
— No sigas —me señala tirando compulsivamente de las mangas de su jersey como si no le llegaran al final de los brazos.
Y me muerdo la lengua ante su incomodidad, para no soltar aquello de: “y que además está loca por ti”, viendo a Luna, que había dejado de fumar hacía ocho meses, encender un cigarrillo, riendo, aparentemente divertida, por una chorrada que le decía al oído el gilipollas de Carlos.
— Está bien, amigo —tranquilizo a Fabián, observando cómo sigue tirando de sus mangas sin dejar de mirar a su fantástica Luna con ojos brillantes y enrojecidos, como si el humo del cigarrillo de ella estuviera entrando directamente en ellos, irritándolos a su paso.
— Sí —me asegura—, está todo bien.
Luna me toma de la mano sacándome a bailar, y nos marcamos un “Kissing a fool” de Michael Buble de verdadero escándalo, que finiquito, con una ceremoniosa reverencia a mi irresistible partenaire, para levantar la cabeza y encontrarme con los ojos de mi amigo que ha salido a la terraza de la cocina a charlar con Laura y Gabriel, y nos mira, parapetado tras ellos, a través de la ventana. Luna se gira y le ve.
— ¿No vas a hablar con él? —y vuelve el temblor a aquella mano entrelazada todavía a la mía.
— Hablar, ¿para qué? Antonio, ¿tú ves qué él quiera hablar conmigo?—no me deja opción a responder— Pues, ya está. He venido a celebrar tu cumpleaños y a divertirme.
— ¿Y te diviertes?
— Claro que sí, mi amor —y me besa la mano que todavía no me ha soltado y que sigue siendo testigo de aquel latir de tambores africanos— Sí —se auto convence afirmando rotundamente con su cabeza—, está todo muy bien —dónde oí eso antes, me pregunto—. Voy a ponerme la copa.
Y cogiendo el vaso vacío que había dejado para bailar en la mesa, la veo alejarse hacia la cocina. A todas luces, Luna, para mí era mucho más optimista que Fabián. Ella había agregado un “muy” al “bien” de “está todo”, y con tanto genérico positivo era hora de que yo me relajara y dejase de imaginar que algo no andaba como sería de esperar entre mis dos queridos amigos, que estaba claro que se querían entre sí y mucho, y me empezara a divertir en mi propia fiesta. Así que puse en el equipo de música nuestra canción y me dirigí a mi suculento yogurín para hacerle bailar conmigo. Ni siquiera Carlos hizo un comentario gracioso, de los suyos, sobre los maricones, así que realmente: todo estaba bien.
Y mi chico me comenta que parece que Fabián y Luna están discutiendo, porque él trata de retenerla del brazo y ella se ha soltado con tanta fuerza que casi tira a Fabián por la terraza de la cocina. Veo a Luna entrar en el servicio y me dirijo a Fabián que entraba al salón para preguntarle qué ha pasado. Me dice que nada, que estaba explicándole a Luna que últimamente se sentía cansado, que ya estaba mayor, y que por eso no le apetecía salir de casa, y que esa era la única razón por la que había dejado la compañía de Luna. Yo entiendo a la primera que se refiere a la compañía de teatro de Luna y no a ella. Mientras él continua explicándome que ella no parecía ni querer escucharle, cuando trataba de hacerla entender que a él no le pasaba nada raro con ella, que estaba todo bien, y que le había pedido que dejará de obsesionarse pensando que el hecho de su baja temporal del grupo fuera algo personal con ella.
— Ya —resumo su explicación, viendo salir a Luna del cuarto de baño con sus ojos todavía hinchados que brillan como cristales empañados—, nada personal.
Y escucho los primeros compases del “No hay que llorar” de Celia Cruz, que ha puesto Luis porque sabe, naturalmente por mí, que es la canción favorita de mi querida y herida amiga Luna.
Autora: Marisa Rubio Pedrero
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