¡Cómo puede cambiar el cuento!

09.06.2014 11:22

Este es uno de los primeros cuentos que escribí y uno de los que más satisfacciones me han producido en todos los sentidos. Me acompaño en mi primera lectura de cuentos propios en mi amado Espacio Nautilos el 26 Noviembre 2004 con una magnífica acogida por parte del público en el debut de los cuentacuentos en voces de sus autores al que bautice como: Me suena a cuento, del Taller entre-líneas que tuve el placer de coordinar y presentar.

El 11 Noviembre 2013 lo recupere para hacer una lectura en directo para Divertimento del Club de Lectura Librería Bravo, durante el mes temático que nombre: Diver-Lectura.

“Caperucito encarnado” es un cuento que nos hace reír mucho y reflexionar sobre los cambios que siempre se llevan mejor entre risas, disfrutando del camino y dejándonos sorprender. Espero que lo disfrutéis y que os aporte posibilidades de cambios o no… tú decides.

CAPERUCITO ENCARNADO

Había una vez un niño muy mono e inocente. Su papi le había hecho una prenda carmesí y el muchachito la llevaba tan, tan a menudo que todo el mundo le llamaba Caperucito Encarnado. Un día, su papi le pidió que llevase unos pasteles a su abuelo, que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzarlo era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí alguna loba.

Caperucito Encarnado, recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. El niño tenía que atravesar el bosque para llegar a casa del Abuelito, pero no le daba miedo, porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas, las mariposas... ¡De repente vio a la loba!, que ondeando su llameante y voluminosa melena al viento, se acercaba a él, cosquilleando el aire con descaro. No pudo precisar si caminaba o iba flotando. Con su mano derecha delicadamente apoyada en la cintura, cuyo contoneo recordaba el ritmo que marcan las palmas en los cajones musicales. Como a cámara lenta, la vio arrimarse, hasta encarársele poderosa, en toda su perfecta y salvaje voluptuosidad. “¿A dónde vas, niño?”, le preguntó la loba con su voz pastosa y bronca de fumadora consumada. Caperucito, “perturbado” ante aquellos ojos acechantes, que le abanicaban con sus largas pestañas, evitándole el desmayo, no podía apartar su mirada de esos labios anchos, rebosantes, que se morreaban a sí mismos. Le respondió, atontado como estaba: “A casa de mi Abuelito”, tratando de entender, ante aquella visión legendaria, a qué se debía la hinchazón de su bragueta. “Ummm...No está lejos”, pensó la loba para sí, dándose media vuelta. El niño, todavía turbado, puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores de colores tratando de recuperar su ser: “La loba se ha ido” pensó, “no tengo nada que temer.” “El abuelo se pondrá muy contento, cuando le lleve un hermoso ramo de flores simulando el arco iris, ¡además de los pasteles!”

Mientras tanto, la loba se fue a la casa del Abuelito, llamó suavemente a la puerta, y el anciano le abrió pensando que era su nieto. Una cazadora que pasaba por allí, había observado la llegada de la loba. La loba avanzó derecha a su presa. El abuelo, al verse amenazado se escondió bajo las sábanas, que ella le arrancó de un zarpazo juguetón. Y, con dedos precisos y experimentados, fue desabrochando, uno a uno, minuciosa, los botones de su pijama de raso fucsia. “¡No, no! ¡Por favor!” suplicaba el anciano, tratando inútilmente de juntar ambos lados del pijama, en su forcejeo con la loba, “¡no me desarrope, que me enfrío!”. La loba desatendiendo sus ruegos, había comenzado a mordisquear sutilmente aquel pecho cano, pellizcando suave, pero con firmeza, aquellos pezones gelatinosos y arrugados. La loba dejó al Abuelito tan agotado, que ni se enteró cuando le escondió dentro del armario. Se puso el elegante “pijama del infeliz”, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucito llegó enseguida todo contento, cantando un tema de OBK que le había escuchado a su papi en una de las fiestas, en que éste se ponía brillantes vestidos y botas de plataforma.

El niño se acercó a la cama y vio que su abuelo estaba muy cambiado. “Abuelito, abuelito, ¡qué ojos más grandes tienes!”. “Son para verte mejor” dijo la loba tratando de imitar la voz del abuelo. “Abuelito, abuelito, ¡qué pechos más grandes tienes!”. “Son para cobijarte mejor” siguió diciendo la loba. “Abuelito, abuelito, ¡qué boca más grande tienes!”. “Es para... ¡comerte mejooor!” y diciendo esto, la loba malvada se abalanzó sobre el niñito, que tratando torpemente de salirse de sus garras, desparramó las flores sobre la cama y empezó a correr tirando a su paso la mecedora, las cintas de Abad y la colección de “clásicos musicales de ayer y de siempre”. Cuando por fin le dio alcance la loba lo arrojó sobre la cama, arrancándole a mordiscos los botones de la camisa carmesí, sin dejar de frotarse con violencia contra él. Lucharon ferozmente, en un cuerpo a cuerpo encarnizado y brutal, sin pausa, agitados, jadeantes... Al cuarto ataque de la loba, Caperucito sudoroso y fatigado, consiguió alcanzar su cesta, sacando de un tirón el paño de cocina a cuadritos rojos y blancos, sobre el que reposaban los pasteles. Y desafiando a la loba, le gritó: “¡Átame!”. La loba aulló enloquecida.

Mientras tanto, la cazadora que se había quedado preocupada, creyendo adivinar las perversas intenciones de la loba, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa del Abuelito. Pidió apoyo moral a un segador que trabajaba en un campo cercano y los dos juntos llegaron a la carrera al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y a la loba tumbada en la cama, profundamente dormida. La cazadora sacó su afilada lengua y rajó la reputación de la loba. El Abuelito salió del armario y corrió a refugiarse en los fornidos brazos del segador. Caperucito sonrió satisfecho. ¡Estaba jodido pero contento!

Para castigar a la loba mala, la cazadora la llenó de insultos. Cuando la loba despertó de su placentero sueño, sintió muchísima sed y se dirigió al mueble bar para servirse un whisky con hielo. -¡Pero qué mala es la envidia, mujer!- le dijo a la cazadora que no paraba en su asedio.

Como los polvos habían molado mucho, la voraz loba quedó en citarse con Caperucito regularmente. En cuanto al abuelo, no sufrió más que un gran susto, del cual le consoló su nuevo amigo el segador, mudándose a su casa. Pero Caperucito Encarnado había aprendido muy bien la lección: de ahora en adelante, no escucharía las juiciosas recomendaciones de su Abuelito, ni de su Papá, que definitivamente estaban en otra onda, y se relajaría más con las lobas, que al fin de cuentas, no eran tan malas como le habían contado.

Y Colorín, Colorado, Caperucito Encarnado cambio su nombre por: ¡Caperuzón Encantado!